El fin de semana pasado, mi amigo Julio me prestó su casita de Funes para que me distraiga de la rutina y así poder recargar pilas para una nueva semana de doma y jineteada. Al entrar en la pequeña galería que da acceso a una escalera de 19 escalones, me encontré con una nota que descansaba sobre la mesita de roble macizo, y decía lo siguiente:
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.
Fueron muy útiles estas palabras para poder acceder a los dormitorios, pero hubiera agradecido mucho si dejaba una nota explicando también cómo se prende el calefón, ya que por mis pagos el termotanque es un boom desde hace algunos años...
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2 comentarios:
Una vez asistí a una situación similar en la que un obsequio era entregado junto con una especie de papiro en donde se explicaba exhausitavamente la secuencia a seguir para su apertura (la del regalo, no del papiro).
Fue triste observar como el individuo receptor del obsequio hacia caso omiso del papiro y procedía, casi en forma obsena, a la apertura del regalo sin lograr de esta forma, ni comprenderlo ni apreciarlo en su legítima magnitud.
Si, me consta.
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