Entramos en la despensa, no eramos menos de seis dentro. Una mujer compraba pan de ayer, un tipo musculoso enseñaba sobre un mapa posibles trayectos, un viejo loco y desdentado trataba de retorcerle el pescuezo a un ternero mientras la dueña lo amamantaba con una mamadera. Y yo no podía sacarle la vista de encima a un hermoso sanguche de mortadela sobre el mostrador. Rebosante de color, parecia llamarme con sus brazos de mayonesa y su escarbadiente de sosten. La vida es buena para el que aprecia lo simple.
Nota del Autor: este escrito no tiene moraleja, no tiene objetivo. Siemplemente tenía ganas de escribir. Aunque precisamente por eso tenga algo de sentido, para aquellos que sepan mirar.
viernes, 14 de marzo de 2008
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2 comentarios:
Y luego vino el conocimiento, acompañado del sedentarismo.
El humor trató de equilibrar las cosas cuando las urbes se erigían.
Con la llegada de las motos que hacen ruido a lo largo de 3 cuadras, y gente con el hobby de usar hidrolavadoras por la mañana no hay QUÉ pueda contrarrestar. Vamos cuesta abajo.
Por suerte, serpenteantes arroyos torrentosos y exigentes nos ayudaron a olvidar la city. Solo se podía pensar en el camino, en el camino infinito.
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